El libro de los Hechos proclama aquella realidad de Cristo resucitado, tanto con obras como con palabras. En el discurso de San Pedro se manifiesta ese valor testimonial de la fe: "Nosotros somos testigos de estas cosas, con el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que son dóciles". En repetidas ocasiones los Apóstoles aparecen como mártires, testigos apoyados en la verdad de Cristo y su Espíritu. La fe que proponen los a judíos y gentiles se confirma con signos y milagros, entre los cuales se nota en primer plano la curación de un cojo por Pedro "en nombre de Jesucristo Nazareno". La fe en Jesús lleva a una transformación de la vida y una comunión entre creyentes, viviendo juntos y compartiendo todo. Su fidelidad se manifiesta en su perseverancia en la enseñanza de los Apóstoles, en la unión en la fracción del pan y en las oraciones.
En la epístola a los Hebreos se da lo que podemos llamar una definición de la fe, junto con una exégesis de cómo la vivían los protagonistas del Antiguo Testamento. "La fe es la garantía (hypostasis) de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven". Literalmente la palabra griega hypostasis se traduce mejor por el término latino substancia. En este sentido la fe es lo que está debajo de (o subyace a) toda nuestra esperanza; se refiere fundamentalmente a lo que no se posee, pero que se espera. Siendo el principio de nuestra esperanza, nos capacita para saber que el mundo ha sido creado por la Palabra de Dios, y que Dios remunera a quienes le buscan. También se repite un tema implícito en todo el Antiguo Testamento, el cual fundamenta la misma justificación del hombre: sin la fe es imposible agradar a Dios.